No nos podemos quejar
Como el chiste de los cubanos, no nos podemos quejar. Es verdad, y qué verdad es, que la queja suele ser nuestra gran amiga, amiga segura en los tiempos malos y hasta en alguno bueno, pero tampoco deja de ser verdad que no es mucho más que un hombro sobre el que llorar, el nuestro propio.
Por otro lado la queja cumple la misión de autoreivindicarnos y puede llegar a ser hasta sana. Alguna vez he pensado que no estoy tan mal, que estoy mejor que la media (dejemos los escabrosos detalles a un lado), no tiene por tanto mucho sentido que vaya a quejarme sobre nada, sea de la importancia que sea. Pero por otro lado, es lícito espolearse, es lícito pensar que aunque tú no estás mal, también hay gente que está mejor que tú y nada de malo hay en intentar estar mejor siempre y cuando el camino elegido se atenga a unas mínimas normas.
En general ése suele ser el sentido de mis quejas, quejas proactivas que podrían llamarlas algunos, envidia sana que dirían otros, ¿qué más da?. Pero a veces te das cuentas de que incluso esas quejas son vanas, estériles e injustificadas. Podríamos empezar con las cosas tópicas que ya por conocidas obvia uno. Hay millones de personas muriendo de hambre. Hay millones de personas explotadas de todas y cada una de las formas imaginables. Hay millones de enfermos terminales que para sí quisieran tus problemas. A pesar de todo, lo que pasó ayer no tiene nada que ver con eso, pasó mucho más cerca que todo eso.
Ayer por la mañana llegué al trabajo, serían las 08:05 aproximadamente. Sobre las 10:00 tenía que acudir a una reunión y al preguntar me comentan que se había retrasado por lo del accidente. "¿Qué accidente?" dije yo. "Pues uno en la autovía, 10 coches involucrados y un muerto". Vaya por Dios. De regreso a mi sitio paso al lado de un compañero que leía la noticia en el diario Sur.
Por aquel entonces se hablaba sólo de un muerto, dos o tres heridos graves y 10 coches implicados. Luego por la noche supe que el número de fallecidos era dos. Tanto monta. El caso es que este accidente, al igual que el de aquel motorista arrollado por un camión en la carretera de entrada al Parque Tecnológico me dejó mal cuerpo. No sé exactamente en qué punto kilométrico se produciría el accidente pero independientemente de eso, yo había pasado por esa carretera media hora antes, tan tranquilo como siempre, probablemente como el fallecido, tan tranquilo como siempre.
El día pasó con poco más salvo las agradables conversaciones por Messenger y GTalk que consiguieron hurtarle a mi cabeza esos pensamientos por un rato. En eso que me llama mi prima para ver si puedo quedarme con su niño puesto que ella tiene que ir a un duelo. Tras decirle que sí pienso si sería el del accidente (yo todavía pensaba que era uno solo). Antes de ir para su casa, salí incluso a correr, y estuve corriendo un buen rato, unas zanjas en la pista de tierra tuvieron la culpa de que yo alargara el recorrido sin disminuir el número de vueltas. Llegué a casa empapado como hacía tiempo que no llegaba. Estrujé la camiseta y no medí la cantidad de sudor que había absorvido la camiseta de algodón pero puedo asegurar que era mucho. Hacía bastante calor.
Cené y fui a casa de mi prima. Allí me confirmó que el duelo era precisamente el del accidentado. Entré en internet y le enseñé las fotos que se pueden ver en la noticia, me enteré de lo del segundo muerto y no pude sino compadecer a la familia. 35 años tenía el hombre y aquella mañana se diría al trabajo como lo hubiera hecho cualquier otro día.
Y pensé en la gente cuyos lamentos escucho, y pensé en los lamentos que la gente escucha de mí y pensé que era afortunado.
Un saludo, Domingo.
Por otro lado la queja cumple la misión de autoreivindicarnos y puede llegar a ser hasta sana. Alguna vez he pensado que no estoy tan mal, que estoy mejor que la media (dejemos los escabrosos detalles a un lado), no tiene por tanto mucho sentido que vaya a quejarme sobre nada, sea de la importancia que sea. Pero por otro lado, es lícito espolearse, es lícito pensar que aunque tú no estás mal, también hay gente que está mejor que tú y nada de malo hay en intentar estar mejor siempre y cuando el camino elegido se atenga a unas mínimas normas.
En general ése suele ser el sentido de mis quejas, quejas proactivas que podrían llamarlas algunos, envidia sana que dirían otros, ¿qué más da?. Pero a veces te das cuentas de que incluso esas quejas son vanas, estériles e injustificadas. Podríamos empezar con las cosas tópicas que ya por conocidas obvia uno. Hay millones de personas muriendo de hambre. Hay millones de personas explotadas de todas y cada una de las formas imaginables. Hay millones de enfermos terminales que para sí quisieran tus problemas. A pesar de todo, lo que pasó ayer no tiene nada que ver con eso, pasó mucho más cerca que todo eso.
Ayer por la mañana llegué al trabajo, serían las 08:05 aproximadamente. Sobre las 10:00 tenía que acudir a una reunión y al preguntar me comentan que se había retrasado por lo del accidente. "¿Qué accidente?" dije yo. "Pues uno en la autovía, 10 coches involucrados y un muerto". Vaya por Dios. De regreso a mi sitio paso al lado de un compañero que leía la noticia en el diario Sur.
Por aquel entonces se hablaba sólo de un muerto, dos o tres heridos graves y 10 coches implicados. Luego por la noche supe que el número de fallecidos era dos. Tanto monta. El caso es que este accidente, al igual que el de aquel motorista arrollado por un camión en la carretera de entrada al Parque Tecnológico me dejó mal cuerpo. No sé exactamente en qué punto kilométrico se produciría el accidente pero independientemente de eso, yo había pasado por esa carretera media hora antes, tan tranquilo como siempre, probablemente como el fallecido, tan tranquilo como siempre.
El día pasó con poco más salvo las agradables conversaciones por Messenger y GTalk que consiguieron hurtarle a mi cabeza esos pensamientos por un rato. En eso que me llama mi prima para ver si puedo quedarme con su niño puesto que ella tiene que ir a un duelo. Tras decirle que sí pienso si sería el del accidente (yo todavía pensaba que era uno solo). Antes de ir para su casa, salí incluso a correr, y estuve corriendo un buen rato, unas zanjas en la pista de tierra tuvieron la culpa de que yo alargara el recorrido sin disminuir el número de vueltas. Llegué a casa empapado como hacía tiempo que no llegaba. Estrujé la camiseta y no medí la cantidad de sudor que había absorvido la camiseta de algodón pero puedo asegurar que era mucho. Hacía bastante calor.
Cené y fui a casa de mi prima. Allí me confirmó que el duelo era precisamente el del accidentado. Entré en internet y le enseñé las fotos que se pueden ver en la noticia, me enteré de lo del segundo muerto y no pude sino compadecer a la familia. 35 años tenía el hombre y aquella mañana se diría al trabajo como lo hubiera hecho cualquier otro día.
Y pensé en la gente cuyos lamentos escucho, y pensé en los lamentos que la gente escucha de mí y pensé que era afortunado.
Un saludo, Domingo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home