viernes, agosto 18, 2006

El amor secreto de Helios

Ayer salí a correr y dediqué el tiempo a planear otro pequeño relato como el de Aquiles. La idea era sencilla, pienso en lo que quiero contar, le añado detalles que pueden modificar o no la historia y, al volver al casa, la cuento.

El plan no era malo. La historia tardó en salir algo más que la de Aquiles, pero es normal, la de Aquiles estaba más trillada. Pensé al principio en otra historia de amor imposible entre un humano y una sirena, entre un corredor y una sirena, y finalmente entre Hermes y una sirena. La sirenita, el otro relato, podía haberse llamado. Pero al final pensé que quizás iba a quedar muy empalagoso. Así que intenté pensar en otra cosa, también relacionada con la mitología, pero con un trasfondo menos romántico/nostálgico. Y salió, me quedaba trabajar un poco la documentación pero salió. Lo que ocurre es que al final no pude/quise escribirlo.

Pero hoy sí puedo/quiero, así que empecé a documentarme y ... cuál no sería mi decepción al ver que mi historia carecía del más mínimo fundamento mitológico. En realidad tampoco era necesario, pero los que me conocen saben que ése no es mi estilo. Así que he tenido que adaptar un poco la historia para que sea algo más fiel (que no completamente) a al menos uno de los relatos mitológicos. Y para ello habrá que suponer que Helios, Dios del Sol, se encontraba secretamente enamorado de su hermana Selene, Diosa de la luna.

El amor secreto de Helios:

Hallábase Helios meditabundo, apesadumbrado; hacía unos días que su hijo Faetón había muerto ahogado en el Erídano. Y él no había podido evitarlo. Es más él era el causante indirecto del mal que tanto le pesaba, él había accedido a la petición aún a sabiendas de que Faetón no podría controlar su carruaje (el sol). Pero aquel día él no era él, respondió rutinariamente con un sí a la pregunta a la que siempre había respondido con el más rotundo no. Aquel día, todos celebraban jubilosos el nacimiento del primer hijo de Zeus y su hermana Selene. De repente la ira que había guardado tantos días y que no había llorado logró encontrar su camino hacia su voz:

  • ¡Maldito Zeus!, Doblemente maldito seas tú que provocaste la caída de mi Faetón con tu prepotente rayo. Tenías que demostrar a todos que nada te es ajeno, ni hijos ni mujeres. ¡Maldito seas tú, tu linaje y Cronos que no te devoró como al resto de sus hijos!
Cuentan que aquel verano fue abrasador, Helios no tenía prisa en marcharse, parecía gozar quemando aún más la negra piel de los etíopes, los pobres desventurados hacia los que su hijo Faetón en su desbocada cabalgadura se dirigía cuando Zeus le mandó el letal rayo. Cuentan que también lo fueron los siguientes. Y cuentan que al nacer el tercer hijo de Zeus y Selene su carro se acercó tanto a la tierra que aquella zona quedó adusta y yerma por siempre jamás.

Zeus, que no dejó de notar esto hizo comparecer ante sí a Helios y delante de todo el Olimpo lo castigó por su atrevimiento, arrojándolo contra su carro y obligándolo a conducir su carro siempre a la misma distancia de la Tierra.

Humillado en su orgullo Helios se dedicó a cumplir su castigo con toda la indolencia de que era capaz, hasta que un día recibió la visita secreta de Hera.

  • Hera, ¿cómo tú por aquí?, oh reina de las diosas.
  • Helios, me encuentro aquí porque tengo un trato que proponerte. ¿Qué es lo que más ansías en tu vida?.
  • Bien lo sabes, oh mi reina. Vengarme de tu ominoso marido y a su concubina, mi hermana Selene.
  • Hete aquí Helios que ambos deseamos lo mismo. Es por este motivo que necesito que distraigas a Selene, tu hermana, mientras uno de mis súbditos deposita en su morada una poción de poderoso efecto que le hará despreciar al implacable Zeus, para amarte a ti en su lugar.
  • Pero eso que me pides es imposible, tu marido me ha condenado a llevar este carro, y nadie puede desobedecer sus órdenes.
  • Oh Helios, me decepcionas. Yo te tenía en más alta consideración. A pesar de todo en ti confío.
Helios pensó sobre el asunto y encontró una posible solución. Y así fue cómo comenzó a adelantar su salida o a retrasarla con la esperanza de encontrarse con su hermana Selene en alguno de los paseos que ella acostumbraba a dar. De igual forma, el calor en la tierra empezó a ser desigual, dependiendo del tiempo que Helios se tomara para cumplir con sus obligaciones.

Mientras tanto, Hera tras intuir los primeros efectos de su plan se dirigió a su esposo:

  • Oh Zeus, hermano y esposo. He notado que últimamente se te sublevan, intentando socavar tu autoridad. Antes nadie osaba a contradecirte y, ahora, no paramos de escuchar nuevos casos de rebeldía.
  • Sí Hera, mi querida esposa, la única mujer que amo y he amado. Razón no te falta, más no sé que hacer. Me noto más viejo, mayor.
  • No digas eso esposo mío. Simplemente la gente se ha acostumbrado a tu arbitrio. Saben que igual los castigarás de la forma más cruel que serás magnánimo y los dejarás marchar con tan sólo una reprimenda.
  • Puede ser, puede ser. ¿Y qué me aconsejas? ¿Qué harías tú en mi lugar?.
  • Nada puedo yo aconsejarte mi rey que tú ya no sepas. Lo único que se me ocurre, crear unas leyes fijas, seguro que ya fue considerado por ti hace tiempo.
  • Sí, ya lo pensé y efectivamente lo descarté, pero cuéntame más, qué detalles habías ideado.
  • Oh Zeus, precisamente tengo por aquí unos papiros en los que mandé escribir mis pensamientos, no fuera a ser que mi escasa memoria los perdiera.
  • Umm, interesante. Déjame verlos. Ahhh, una pena fija, acorde a la ofensa ... interesante, interesante. Además veo que son siete las leyes que ideaste. ¿No podían ser diez?.
  • Podían y debían Zeus, mi esposo. Sin embargo mi intelecto no puede igualar el tuyo y a la séptima se agotó mi inspiración.
  • Bueno, no importa. Pues me parece muy bien Hera, esposa mía. De hecho para que veas lo que te valoro haré que sean conocidos por todos.
  • Permitidme Zeus, mi señor, sugeriros que los firméis; algo firmado por vos causa mucho más respeto.
  • Cierto es, cierto es, aquí deposito mi firma.
Y un rayo salió de sus dedos fulminando los papiros y convirtiéndolos en ceniza ante el estupor del rey de los Dioses.
  • ¡Cielos. qué contratiempo!. ¿Cómo voy a firmar algo si ni siquiera es ignífugo?.
  • Culpa mía, culpa mía. Lo lamento mucho, esposo. Debí preverlo. En cualquier caso, los hice también grabar en piedra por si el papiro era de escasa calidad. Aquí los tengo conmigo.
  • ¡Diantres!, debo estar haciéndome mayor realmente. Apenas distingo la letra.
  • Escribir en piedra es mucho más difícil para amanuense que mi querido esposo me obsequió. Tendrás que perdonarlo.
  • Bien, da igual, de todas formas ya conozco su contenido. Sólo resta firmarlo. A pesar de todo me hubiera gustado que hubieran sido diez. Me gusta ese número, es el de Di Estéfano y Maradona
Y así fue que Zeus sancionó las primeras leyes que gobernaron el Universo. Poco después Hera volvió a ver a Helios.

  • Buenos días Helios, he visto con gran placer tus sensibles progresos con Selene. Ni que decir tiene que últimamente Zeus está muy irascible. No puede concebir que una mujer le rechace.
  • Oh Hera, mi señora. Gracias a vos he podido recuperar la ilusión de mis días. Me levanto temprano sólo para verla, y trasnocho también para verla. Aunque a veces me puede el cansancio y me acabo levantando más tarde y acostando antes. Esos días me puede la melancolía y mi carro no refulge como solía. Sin embargo, ¿qué no daría por un beso suyo?.
  • Tranquilo Helios, un beso y más recibirás. Tan sólo deja que transcurra el tiempo.
Y el tiempo transcurrió, y de repente un día tuvo lugar un eclipse total de sol. Selene salió a pasear y a ver a Helios tan apuesto en su brillante carro, y bajo los efectos de la poción de Hera se arrojó en sus brazos. Helios, incrédulo bajó del carro a toda prisa y buscando cobijo en las entrañas más oscuras de la tierra deslloró todo lo llorado hasta entonces.

Un día después Zeus buscaba nervioso a Hera, pidiendo explicaciones y destruyendo cuanto a su paso se encontraba. Finalmente la encontró plácidamente dormida, con una mal disimulada sonrisa en la comisura de sus labios, en sus aposentos y con brusquedad la despertó.

  • ¡Hera, quiero una explicación!. ¿Qué se supone que sucedió ayer?. No es que no me divirtieran las caras de terror de esos patéticos humanos, pero ¿por qué se atrevió Helios a desobedecerme?. ¿Por qué tuvo que retozar con Selene?. ¿No habrás tenido tú nada que ver, verdad?
  • Me sobresaltas, Zeus, esposo amado. ¿Cómo puedes decir eso?. No hicieron nada malo, todo lo que hicieron fue aquello que tú firmaste con tu dedo destructor.
  • ¿Yo?. ¡No recuerdo haber firmado nada de eso!
  • Pues yo lo recuerdo perfectamente. Es más aquí tengo una copia que le pedí a mi amanuense en caso de que las piedras originales se gastaran. Fíjate oh gran Zeus, ahí, en la letra pequeña al margen.
  • ¡Brrr!, ¿Derecho de vis a vis?. Concecido a Perseo, a Atlas, a Sísifo, a Helios ... Ahh, cómo reconozco tu sibilina mano en esta treta. Y encima ahora no puedo faltar a la palabra dada.
  • Mi señor, no comprendo, no sé de lo que me hablas.
  • ¿Ahh, no?. ¿Quién entonces incluiría a todos aquellos a los que he castigado?. Incluidos ... ¿Isabel Pantoja y Julián Muñoz?. ¿Quiénes coño son ésos?

Un saludo, Domingo.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Nunca es tarde si la dicha es buena, gran relato. Procuraré permanecer más atento en el futuro, y prometo que no escribiré ninguna "Parida de la historia" con esta temática.:P

6:29 p. m.  

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