Dos pájaros de cuidado
Como siempre animo a buscar la definición en la RAE.
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual?TIPO_HTML=2&LEMA=p%E1jaro
El caso es que hoy me centraré en las acepciones 1 y 3.
1. m. Ave, especialmente si es pequeña.
3. m. Hombre astuto y sagaz, que suele suscitar recelos. U. t. c. adj.
Acerca del caso 3, tenemos en el trabajo un homólogo francés que está hecho un buen pájaro. Un pájaro de cuenta, también podríamos decir. Además, aprovechando las connotaciones sexuales de otras acepciones, este pájaro ayer nos la intentó colar.
La historia básicamente es la siguiente: Algo no les funciona bien en Francia y nos abren una incidencia para que lo arreglemos. Lo miramos y vemos que en realidad es culpa suya, en particular, un campo en una base de datos no tiene la longitud que debiera. Ah, pues nada se amplía el campo y ya está, dicen ellos. Y nosotros decimos ... sí pero teniendo en cuenta que no es un error nuestro, que hemos pasado tiempo investigando y que ahora tenemos que hacer un cambio, el tiempo gastado tenéis que pagarlo vosotros. Y por supuesto aquí empiezan los problemas. Ellos nos dicen sutilmente que la incidencia podemos cerrarla o rechazarla, nosotros les decimos abiertamente que tienen que pagar el cambio o si no, no se hace. Y ante tal disyuntiva, vista también como un cruce de caminos o Carrefour en francés, recibimos un estridente silencio. Como siempre que algo no les interesa, a ver si nos cansamos o se nos olvida. Vamos que los franceses se hacen los suecos.
Bueno, pasan dos, tres días y no sabemos nada. Otra de las cosas que les hemos preguntado sigue sin respuesta ... bueno seguía porque nos acaban de contestar. Efectivamente tenemos razón y nos mandan algo para que podamos entregar lo que teníamos que entregar. Abro el fichero que nos envían y veo dos líneas de texto, una de ellas con un número 20 al final. Oye, qué curioso, ¿no era ésa la longitud que había que poner en lo otro que no querían pagar?. Lo consulto y efectivamente, nos mandan un fichero que les resuelve dos problemas y lo peor de todo es que ambos se los hemos descubierto nosotros, uno se lo estamos haciendo gratis y el otro les pedimos que lo paguen. Y para el que les hacemos gratis, nos mandan lo que necesitamos y el otro para no pagarlo aparte. ¡Pillineeeeeeesssss!
Contesto a mi homólogo con un irónico correo:
"Entiendo que esta línea significa que habéis aprobado el cambio para lo otro, ¿verdad?".
Su respuesta no tiene desperdicio y desborda caradura. En primer lugar se ríe con un emoticono que yo traduzco por un:
"Jejeje, nos habéis pillado con el carrito del helado".
Y luego continúa con un:
"Queremos que se haga el cambio, pero no queremos pagar, ¿no podéis hacerlo gratis?".
Sí, la empresa privada en la que trabajo ha decidido que se va a convertir en ONG. Pero bueno, eso ya no es mi responsabilidad, ahora es mi jefe el que tiene que tomar la decisión.
Pero a pesar de todo, no son los franceses los pájaros que han originado esta entrada. Ni siquiera los pájaros en mi cabeza, que no sé si serán de buenos o malos agüeros, presagios, intuiciones o vibraciones.
Llegué esta tarde a mi casa, bueno la de mis padres para ser totalmente honestos, y me encontré con que había un notable jaleo en el salón. Revoloteando contra el cierre de la terraza había uno o dos pájaros que piaban ante la indiferencia de un dicen que hermano mío a quien Morfeo mecía en sus sueños, casi como a Fernando Alonso, imagino. Pregunto a mi hermano pues me costaba trabajo creer que él los había traído y los había dejado sueltos. Pero por otro lado también me costaba trabajo creer que dos pájaros fueran a equivocarse el mismo día, a la misma hora y hubieran entrado en la misma casa.
Mi hermano salió de su sopor el tiempo suficiente para decirme que él no tenía nada que ver con ellos e intentar dormirse de nuevo. Al acercarme yo al sillón y la mesa con faldón que los protegía, los pájaros, presas de un intenso ataque de timidez, por no decir que de corazón se acurrucaron donde pudieron de forma que me fue imposible avistarlos. Abrí el cierre de la terraza, abrí las ventanas no sin antes perseguir a uno de los pajarillos que cruzó la casa hasta llegar a la zona del ordenador y perderse por detrás del mueble. Quedé intrigado por el segundo pájaro pues yo hubiese jurado que eran dos los que había visto, a pesar de que saltaban a destiempo tras el sillón y rara vez coincidían. Pensé que estaba equivocado y dediqué mis esfuerzos a encontrar al aficionado a la informática. Moví la silla y casi todo lo que pudiera esconder un pájaro detrás pero nada, no aparecía por ningún lado. Quizás hubiera salido por la ventana en una de mis idas y venidas.
Empiezo a hacer cosas con el ordenador y a los cinco o diez minutos escucho un pío. Lo vuelvo a escuchar después, pero tan débil, tan tenue que creo que el pájaro debe estar fuera, en algún poyete de alguna ventana. El caso es que aunque de intensidad baja, quien fueran o parecía estar piándola muy lejos. En fin, si es el pajarito, ya aparecerá. Pero no aparecía. Los "pío pío" se repetían cada cierto tiempo, sobre todo si el estruendo del teclado cesaba por un tiempo y sólo manejaba el ratón. Convencido ya de que tenía un vecino muy cerca, se armó otro revuelo en la salita. Tal fue que mi hermano volvió a salir de su sopor para, con voz tranquila y amable, pedirme que arreara una patada al desdichado pajarito y lo hiciera callar para siempre.
Mi hermano casi me ofende con eso, aunque luego he recapacitado que en estos asuntos se apodera de mí una cierta hipocresía. Si hubiera sido un gusano, una cucaracha, un bicho en general, no hubiera dudado en enseñarle el número que calzo. En cambio con algo más grande me embarga un "pobrecito". Sobre todo si es un pajarito, claro está. Así que me decidí a facilitarle la huida. El problema era que no parecía decidido a huir. Más bien quería quedarse. Estaba yo mosca ante la posibilidad de que éste fuera el progenitor del otro, aunque el otro era ya un adolescente que no debería contar con la ayuda paterna o materna (tratándose de un pájaro). Al final se metió tras las cortinas, momento que aproveché para convencerlo de que saliera por la hoja de la ventana que yo estaba abriendo, en vez de intentar volver a la casa por la que yo cerraba.
Con lo que a mí me pareció un lamento, cruzó el pájaro pleno de fuerzas la calle y fue a parar a un árbol situado a unos 30 metros de distancia donde otros congéneres suyos departían tranquilamente. Yo volví al ordenador a esperar la ocasión y ver de nuevo a mi tímido amigo.
Mi amigo siguió con su piar desconsolado que yo aducía a la carencia paterna o materna, pero se las arreglaba para no revelar su auténtica localización. Despejé todo lo que había y tan sólo me quedaba la torre del ordenador, con uno de sus laterales abiertos, pero me extrañaba que pudiera alojarse allí, al lado de un ventilador que parece una turbina de un 747. Es más, desde fuera, cierto es que con la visión entorpecida por el monitor, no se apreciaba ningún movimiento pajaril. En fin, ya aparecerá.
Pero no aparecía, y sus elegías eran cada vez más fuertes así que me decidí a apagar el ordenador y mirar bien pues temía que el pájaro fuera a tocar algo que no debía y ... yo no sé hacer boca a boca a pájaros. Es a los humanos y ya ha perdido uno la costumbre ... pero eso es otra historia :-). Cuando ya me había decidido, nos asomamos al unísono ave y humano, pajarito y pajarraco, y establecimos, al menos yo, contacto visual. Me despedí por el Messenger de la gente del trabajo con la que hablaba dándoles la pobre excusa de que un pájaro se había metido en mi torre e iba a salvarlo antes de que se achicharrase. Cerré el ordenador y mientras éste cerraba, aproveché que la mitad del pájaro estaba deseando salir de allí para darle un empujoncito con unos folios y conseguir que pasara a cobijarse tras la mesa. Hubo unos amagos, unos intentos de engaño y al final, por supuesto, ganó el pájaro. De nuevo yo no sabía dónde estaba. Hasta que delató su posición y tras corretearlo un poco, quedó atrapado al lado de la puerta de entrada.
Allí, en una esquina, sin pedir ni esperar clemencia que diría Scaramouche, esperaba muerto de miedo el animalito. Yo no quería ni imaginar el susto que tendría encima, casi equiparable al que sentía yo ante la posibilidad de cogerlo con las manos. Es uno de esos miedos ancestrales que todos quien más, quien menos tiene, y el mío es el coger animales pequeños. Intenté sin éxito que se metiera en una bolsa, intenté sin éxito meterlo yo en la bolsa y tras dimes y diretes acabé cogiéndolo con la bolsa.
Y ahí estaba yo, con un bichito en mis manos, mejor dicho, en una bolsa que estaba en mis manos. El bichito con una respiración más que agitada. Un latir de corazón que sólo presagiaba un colapso más que evidente y que me hizo preguntarme por el tamaño del la víscera en comparación con el resto del cuerpo. Yo siempre tan científico, en fin. Así que me dirigí a la terraza con la intención de soltarlo y que pusiera rumbo a su casa, después de haber estado de visita en la mía. Temía yo que tuviera algo roto pues al igual que el grande alcanzaba en sus saltos y vuelos una altura considerable, éste corría más que volaba. Pero yo no soy veterinario, ni estaba muy por la labor de acudir a uno, así que decidí dejarlo en la barandilla de la terraza a ver cómo se comportaba.
Y el comportamiento fue el esperado, ahora que lo pienso, debía ser una hembra a la vista de la velocidad con la que se alejó de mí. Eso sí, demostrando que mi conocimiento sobre el género femenino raya la más completa ignorancia, el pájaro en vez de dirigirse al árbol elegido por el primer ejemplar, cruzó los aires, sólo unos poquitos, paralelos a la fachada del edificio y fue a posarse en algún saliente que por allí debió encontrar. Quizás no volara bien, pero algo sí que volaba, así que también me quedé yo más tranquilo. Bueno, no del todo. No pude evitar pensar en que cabía la posibilidad de que el pajarito estuviera enfermo y yo estuviera colaborando cpm la expansión de alguna enfermedad, la gripe aviar se me ocurre ahora. Más delirios científicos.
Poco más tarde caí en la cuenta de que podría haber tomado una foto de mi invitado, y caí también en la cuenta de que la dueña de un blog que visitaba antes, puso una vez una foto de su mano sosteniendo un murciélago que había llegado a su casa en parecidas circunstancias. Como una "frikada" lo había descrito ella. Lo sopesé un poco y me di cuenta de que tampoco pasaba nada por no haber hecho la foto de un aterrorizado y taquicardiaco animal. Esperemos que haya encontrado sin problemas su camino de vuelta a casa, yo más no puedo ayudarle.
Un saludo, Domingo.
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual?TIPO_HTML=2&LEMA=p%E1jaro
El caso es que hoy me centraré en las acepciones 1 y 3.
1. m. Ave, especialmente si es pequeña.
3. m. Hombre astuto y sagaz, que suele suscitar recelos. U. t. c. adj.
Acerca del caso 3, tenemos en el trabajo un homólogo francés que está hecho un buen pájaro. Un pájaro de cuenta, también podríamos decir. Además, aprovechando las connotaciones sexuales de otras acepciones, este pájaro ayer nos la intentó colar.
La historia básicamente es la siguiente: Algo no les funciona bien en Francia y nos abren una incidencia para que lo arreglemos. Lo miramos y vemos que en realidad es culpa suya, en particular, un campo en una base de datos no tiene la longitud que debiera. Ah, pues nada se amplía el campo y ya está, dicen ellos. Y nosotros decimos ... sí pero teniendo en cuenta que no es un error nuestro, que hemos pasado tiempo investigando y que ahora tenemos que hacer un cambio, el tiempo gastado tenéis que pagarlo vosotros. Y por supuesto aquí empiezan los problemas. Ellos nos dicen sutilmente que la incidencia podemos cerrarla o rechazarla, nosotros les decimos abiertamente que tienen que pagar el cambio o si no, no se hace. Y ante tal disyuntiva, vista también como un cruce de caminos o Carrefour en francés, recibimos un estridente silencio. Como siempre que algo no les interesa, a ver si nos cansamos o se nos olvida. Vamos que los franceses se hacen los suecos.
Bueno, pasan dos, tres días y no sabemos nada. Otra de las cosas que les hemos preguntado sigue sin respuesta ... bueno seguía porque nos acaban de contestar. Efectivamente tenemos razón y nos mandan algo para que podamos entregar lo que teníamos que entregar. Abro el fichero que nos envían y veo dos líneas de texto, una de ellas con un número 20 al final. Oye, qué curioso, ¿no era ésa la longitud que había que poner en lo otro que no querían pagar?. Lo consulto y efectivamente, nos mandan un fichero que les resuelve dos problemas y lo peor de todo es que ambos se los hemos descubierto nosotros, uno se lo estamos haciendo gratis y el otro les pedimos que lo paguen. Y para el que les hacemos gratis, nos mandan lo que necesitamos y el otro para no pagarlo aparte. ¡Pillineeeeeeesssss!
Contesto a mi homólogo con un irónico correo:
"Entiendo que esta línea significa que habéis aprobado el cambio para lo otro, ¿verdad?".
Su respuesta no tiene desperdicio y desborda caradura. En primer lugar se ríe con un emoticono que yo traduzco por un:
"Jejeje, nos habéis pillado con el carrito del helado".
Y luego continúa con un:
"Queremos que se haga el cambio, pero no queremos pagar, ¿no podéis hacerlo gratis?".
Sí, la empresa privada en la que trabajo ha decidido que se va a convertir en ONG. Pero bueno, eso ya no es mi responsabilidad, ahora es mi jefe el que tiene que tomar la decisión.
Pero a pesar de todo, no son los franceses los pájaros que han originado esta entrada. Ni siquiera los pájaros en mi cabeza, que no sé si serán de buenos o malos agüeros, presagios, intuiciones o vibraciones.
Llegué esta tarde a mi casa, bueno la de mis padres para ser totalmente honestos, y me encontré con que había un notable jaleo en el salón. Revoloteando contra el cierre de la terraza había uno o dos pájaros que piaban ante la indiferencia de un dicen que hermano mío a quien Morfeo mecía en sus sueños, casi como a Fernando Alonso, imagino. Pregunto a mi hermano pues me costaba trabajo creer que él los había traído y los había dejado sueltos. Pero por otro lado también me costaba trabajo creer que dos pájaros fueran a equivocarse el mismo día, a la misma hora y hubieran entrado en la misma casa.
Mi hermano salió de su sopor el tiempo suficiente para decirme que él no tenía nada que ver con ellos e intentar dormirse de nuevo. Al acercarme yo al sillón y la mesa con faldón que los protegía, los pájaros, presas de un intenso ataque de timidez, por no decir que de corazón se acurrucaron donde pudieron de forma que me fue imposible avistarlos. Abrí el cierre de la terraza, abrí las ventanas no sin antes perseguir a uno de los pajarillos que cruzó la casa hasta llegar a la zona del ordenador y perderse por detrás del mueble. Quedé intrigado por el segundo pájaro pues yo hubiese jurado que eran dos los que había visto, a pesar de que saltaban a destiempo tras el sillón y rara vez coincidían. Pensé que estaba equivocado y dediqué mis esfuerzos a encontrar al aficionado a la informática. Moví la silla y casi todo lo que pudiera esconder un pájaro detrás pero nada, no aparecía por ningún lado. Quizás hubiera salido por la ventana en una de mis idas y venidas.
Empiezo a hacer cosas con el ordenador y a los cinco o diez minutos escucho un pío. Lo vuelvo a escuchar después, pero tan débil, tan tenue que creo que el pájaro debe estar fuera, en algún poyete de alguna ventana. El caso es que aunque de intensidad baja, quien fueran o parecía estar piándola muy lejos. En fin, si es el pajarito, ya aparecerá. Pero no aparecía. Los "pío pío" se repetían cada cierto tiempo, sobre todo si el estruendo del teclado cesaba por un tiempo y sólo manejaba el ratón. Convencido ya de que tenía un vecino muy cerca, se armó otro revuelo en la salita. Tal fue que mi hermano volvió a salir de su sopor para, con voz tranquila y amable, pedirme que arreara una patada al desdichado pajarito y lo hiciera callar para siempre.
Mi hermano casi me ofende con eso, aunque luego he recapacitado que en estos asuntos se apodera de mí una cierta hipocresía. Si hubiera sido un gusano, una cucaracha, un bicho en general, no hubiera dudado en enseñarle el número que calzo. En cambio con algo más grande me embarga un "pobrecito". Sobre todo si es un pajarito, claro está. Así que me decidí a facilitarle la huida. El problema era que no parecía decidido a huir. Más bien quería quedarse. Estaba yo mosca ante la posibilidad de que éste fuera el progenitor del otro, aunque el otro era ya un adolescente que no debería contar con la ayuda paterna o materna (tratándose de un pájaro). Al final se metió tras las cortinas, momento que aproveché para convencerlo de que saliera por la hoja de la ventana que yo estaba abriendo, en vez de intentar volver a la casa por la que yo cerraba.
Con lo que a mí me pareció un lamento, cruzó el pájaro pleno de fuerzas la calle y fue a parar a un árbol situado a unos 30 metros de distancia donde otros congéneres suyos departían tranquilamente. Yo volví al ordenador a esperar la ocasión y ver de nuevo a mi tímido amigo.
Mi amigo siguió con su piar desconsolado que yo aducía a la carencia paterna o materna, pero se las arreglaba para no revelar su auténtica localización. Despejé todo lo que había y tan sólo me quedaba la torre del ordenador, con uno de sus laterales abiertos, pero me extrañaba que pudiera alojarse allí, al lado de un ventilador que parece una turbina de un 747. Es más, desde fuera, cierto es que con la visión entorpecida por el monitor, no se apreciaba ningún movimiento pajaril. En fin, ya aparecerá.
Pero no aparecía, y sus elegías eran cada vez más fuertes así que me decidí a apagar el ordenador y mirar bien pues temía que el pájaro fuera a tocar algo que no debía y ... yo no sé hacer boca a boca a pájaros. Es a los humanos y ya ha perdido uno la costumbre ... pero eso es otra historia :-). Cuando ya me había decidido, nos asomamos al unísono ave y humano, pajarito y pajarraco, y establecimos, al menos yo, contacto visual. Me despedí por el Messenger de la gente del trabajo con la que hablaba dándoles la pobre excusa de que un pájaro se había metido en mi torre e iba a salvarlo antes de que se achicharrase. Cerré el ordenador y mientras éste cerraba, aproveché que la mitad del pájaro estaba deseando salir de allí para darle un empujoncito con unos folios y conseguir que pasara a cobijarse tras la mesa. Hubo unos amagos, unos intentos de engaño y al final, por supuesto, ganó el pájaro. De nuevo yo no sabía dónde estaba. Hasta que delató su posición y tras corretearlo un poco, quedó atrapado al lado de la puerta de entrada.
Allí, en una esquina, sin pedir ni esperar clemencia que diría Scaramouche, esperaba muerto de miedo el animalito. Yo no quería ni imaginar el susto que tendría encima, casi equiparable al que sentía yo ante la posibilidad de cogerlo con las manos. Es uno de esos miedos ancestrales que todos quien más, quien menos tiene, y el mío es el coger animales pequeños. Intenté sin éxito que se metiera en una bolsa, intenté sin éxito meterlo yo en la bolsa y tras dimes y diretes acabé cogiéndolo con la bolsa.
Y ahí estaba yo, con un bichito en mis manos, mejor dicho, en una bolsa que estaba en mis manos. El bichito con una respiración más que agitada. Un latir de corazón que sólo presagiaba un colapso más que evidente y que me hizo preguntarme por el tamaño del la víscera en comparación con el resto del cuerpo. Yo siempre tan científico, en fin. Así que me dirigí a la terraza con la intención de soltarlo y que pusiera rumbo a su casa, después de haber estado de visita en la mía. Temía yo que tuviera algo roto pues al igual que el grande alcanzaba en sus saltos y vuelos una altura considerable, éste corría más que volaba. Pero yo no soy veterinario, ni estaba muy por la labor de acudir a uno, así que decidí dejarlo en la barandilla de la terraza a ver cómo se comportaba.
Y el comportamiento fue el esperado, ahora que lo pienso, debía ser una hembra a la vista de la velocidad con la que se alejó de mí. Eso sí, demostrando que mi conocimiento sobre el género femenino raya la más completa ignorancia, el pájaro en vez de dirigirse al árbol elegido por el primer ejemplar, cruzó los aires, sólo unos poquitos, paralelos a la fachada del edificio y fue a posarse en algún saliente que por allí debió encontrar. Quizás no volara bien, pero algo sí que volaba, así que también me quedé yo más tranquilo. Bueno, no del todo. No pude evitar pensar en que cabía la posibilidad de que el pajarito estuviera enfermo y yo estuviera colaborando cpm la expansión de alguna enfermedad, la gripe aviar se me ocurre ahora. Más delirios científicos.
Poco más tarde caí en la cuenta de que podría haber tomado una foto de mi invitado, y caí también en la cuenta de que la dueña de un blog que visitaba antes, puso una vez una foto de su mano sosteniendo un murciélago que había llegado a su casa en parecidas circunstancias. Como una "frikada" lo había descrito ella. Lo sopesé un poco y me di cuenta de que tampoco pasaba nada por no haber hecho la foto de un aterrorizado y taquicardiaco animal. Esperemos que haya encontrado sin problemas su camino de vuelta a casa, yo más no puedo ayudarle.
Un saludo, Domingo.
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